No hay atenuantes ni gradientes en este tema: ha sido impracticable para la historia del pensamiento imaginar el desarrollo de un país sin la instauración de un sistema educativo de calidad. Lo contrario es injustificable, pocos argumentos cierran con tanta contundencia la posibilidad de una refutación.

Tampoco es hallable una experiencia de Nación que sostuviera su crecimiento en periodos prolongados sin un soporte de formación esencial de niños, jóvenes y profesionales. La estabilidad de un sistema, la vibración de su equilibrio y coherencia de objetivos se asienta en el capital que constituyen educadores creativos, exigentes y autoexigentes.

Se erige sobre estudiantes acostumbrados a colaborar en el proceso de adquisición de saberes y a resolver problemas. La materia prima ya la traen, hace cuatro siglos que Juan Amos Comenio, pionero de la pedagogía, lo dejó bien aclarado: “Los hombres tienen una aptitud innata hacia el conocimiento”.

La educación protagoniza el sistema de construcción de una sociedad

La actual realidad no nos satisface, por eso es necesario trabajar sobre los factores que la definen. Con ideas claras y métodos accesibles de aplicación y práctica, habrá que declarar la obsolescencia de lo que se viene haciendo: a las claras, no da resultado.

Empecemos por el principio, que también es un mandato de la historia de la sabiduría. Los estudiantes tendrán que llamar a las cosas por su nombre, expresar con claridad sus ideas, comprender las de otros, las escritas y las dichas, y desarrollar el sentido lógico que proporcionan las operaciones matemáticas generales.

Tendrán que compartir el día a día presencialmente para interactuar, esta es una condición indispensable de la buena educación. Pueden combinarse las experiencias presenciales con las virtuales, sin dudas, es operativo y útil. Pero si la primera falta, la condición de vitalidad del encuentro con el otro en un espacio real para su propia promoción y beneficio se desmorona.

Fortalecer el encuentro colaborativo para el armado de una red social presencial es indispensable en el despliegue de las facultades mentales. Recuperemos el espíritu de María Montessori –precursora de lo que hoy denominamos aula invertida- con menos conocimientos “introducidos” en la cabeza y más conocimientos percibidos mediante el razonamiento. Más mesas de trabajo, más pizarrones para no perder nada de lo que vaya surgiendo.

Y abrirse a todas las variantes de la tecnología en perfecta línea con los objetivos de enseñanza y aprendizaje: visitar escenarios reales o recreados donde el tema del día sucede. O dar la palabra en forma espontánea a un experto en medio de la clase. Instrumento prodigioso, seas bienvenido. En cinco años, los profesores nos aliamos con los robots y nos reconvertimos, o desaparecemos.

El centro de la escena y motor para la metamorfosis es el docente, su vocación y su trabajo: empecemos entonces por trabajar profundamente en su formación y en regular su acción cotidiana. No puede interrumpirse un servicio que, por lo dicho y entendido, es análogo al aire que se respira.

El asunto es impostergable, su continuidad no es debatible. Su vigencia y permanencia, sin exageración, es esencial e inmanente a la condición humana.

(*) El doctor Daniel Sinopoli es director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades de UADE.