Experto en educación, el ex rector del Colegio Nacional Buenos Aires plantea la necesidad de una transformación educativa profunda del nivel secundario, que prepare a los estudiantes para un mundo cada vez más desafiante
La educación secundaria está frente a un punto de inflexión. Por un lado debe dar respuesta a los desafíos del futuro, pero a la vez debe proponer soluciones a una profunda crisis educativa que se arrastra hace tiempo. La pregunta es cómo alcanzar esa transformación, cómo resolver los problemas de la enseñanza y el aprendizaje, de qué manera acompañar a los estudiantes y a los docentes. Estas son algunas de los interrogantes que Gustavo Zorzoli busca responder.
Profesor de la Facultad de Arquitectura, ex rector del Colegio Nacional Buenos Aires y del Normal 1 y referente de Argentinos por la Educación, Zorzoli visitó las oficinas de Ticmas y, con una mirada crítica, abordó las discrepancias entre la alta tasa de escolarización y la deficiecia en la calidad educativa, las carencias en el rendimiento académico. También propone reformas estructurales que apuntan a mejorar el sistema educativo.
—Hay una idea muy establecida sobre la importancia de mantener a los estudiantes en el aula. Pero ¿escolaridad y educación representan lo mismo?
—En Argentina, la escuela es obligatoria hasta los 18 años desde 2006, con la Ley Nacional de Educación. Pero en muchos países —incluyendo algunos del primer mundo— es obligatoria hasta los 15. Me imagino que una de las razones de PISA para tomar el examen a los 15 es porque a los 18 hay muchos que ya no están dentro del sistema escolar. En este aspecto, Argentina ha puesto una vara muy alta. Y es estimulante, porque hace que la política puje para sostener a los jóvenes dentro de la escuela. En un país que, en los últimos treinta años, se ha empobrecido a tal grado que casi los dos tercios de nuestros niños y jóvenes pertenecen a familias pobres, es muy importante que estén dentro de la escuela. La pregunta es: ¿haciendo qué? Porque si ponemos por delante que estén en la escuela, pero no nos preguntamos aprendiendo qué y cómo, hay un problema.
—Argentina ocupa la mejor posición en el ranking latinoamericano: el 97% de los estudiantes en edad del secundario están en la escuela. Pero, si bien somos campeones en eso, ahí se termina nuestra performance.
—¿Por qué?
—Porque tenemos dos datos muy duros con respecto a la escuela secundaria. Por un lado, si tomamos la finalización teórica, sabemos que sólo doce de cada cien pibes terminan en tiempo y forma. El otro dato, es que Argentina está entre los últimos países en términos de eficiencia: solamente el 22% de nuestros chicos de 15 años tiene conocimientos suficientes en Lengua y Matemática. Y no hablo de Dinamarca, Canadá, Japón, Corea. En Chile ese porcentaje llega al 38%; en Uruguay, al 36%. Incluso Perú, un país con una democracia más endeble que la nuestra, tiene un rendimiento bastante superior al nuestro y llega casi al 30%. Lo que nos está pasando es que hay muchos chicos dentro de la escuela que no están aprendiendo. Eso es lo que hay que discutir.
—En momentos en que la tecnología irrumpe en todos los ámbitos —según Samsung, el 92% de los chicos hacen sus tareas con inteligencia artificial—, lo que se le pide al sistema educativo es que mejore los niveles básicos de lectocomprensión. ¿No le estamos pidiendo muy poco a la educación?
—Es muy poco pedirle al sistema educativo que haga algo que ya hacía hace 50 años. La verdad es que hemos descubierto que la primaria tiene serias dificultades, porque creíamos que venía haciendo lo que había hecho siempre, que es alfabetizar. No hablo solamente de la lectoescritura, sino también de la alfabetización matemática. Sin embargo, los datos de las distintas pruebas nacionales, regionales e internacionales venían dando mal especialmente en matemática. No sé por qué se sorprenden tanto de lo que sucede en Lengua, si en Matemática es mucho peor.
—La campaña de Argentinos por la Educación, #NoEntiendenLoQueLeen fue muy pregnante.
—Efectivamente. Es tal la crisis que casi la mitad de nuestros niños de 3° grado, después de dos años de nivel inicial y tres de la primaria, no pueden leer y escribir. Y casi la mitad de los que terminan 6º grado no interpretan un texto simple. Eso, que era algo que creíamos que estaba asegurado y que implicaba que los problemas estaban en la secundaria, no era así. Está muy bien que el gobierno nacional y los gobiernos provinciales reaccionen frente a este problema. Pero me permito hacer una crítica y es que algunas jurisdicciones plantean hacer lo mismo que ya mostró que nos conduce a un fracaso. Hay mucho para discutir, pero, si las cosas se tomaran con mayor seriedad e impulso, uno podría resolver el problema de alfabetización inicial en dos años. Un chico que no puede leer difícilmente pueda aprender otras cosas.
—¿Cómo se resuelve?
—Yo creo que se necesita una política de shock.
—¿Qué quiere decir?
—Maestros, profesores, este año, no sé si hay que dar historia medieval, logaritmos, Rubén Darío, pero vamos a enseñar a leer, a escribir y a interpretar textos. Cada hora de cada materia nos vamos a dedicar a esto, a que no haya un solo pibe en Argentina que, después de un año, no sepa leer y escribir e interpretar al nivel que le corresponde.
—Me hace acordar a una frase de Alfonsín, que decía que, si la política es el arte de lo posible, uno termina conformándose con lo que puede hacer y nada más.
—Efectivamente. Uno tiene que empujar más allá. Aunque a veces, el ir más allá implica que quizás salgas rebotado. Es como una pelota. Vos empujás, empujás, empujás y, de repente, la pelota te termina empujando a vos. Pero quedarse con poco como meta es una pérdida de oportunidad. Y volvemos a lo que hablábamos al principio. ¿Qué pasa en la secundaria? Que, en última instancia, nadie quiere meter la mano en este berenjenal.
—Que es qué.
—Son las doce o trece materias anuales, con una carga horaria muy pequeña, con profesores que yo llamo “visitadores médicos”, con poca oportunidad de conocer a los 20, 25 o 30 alumnos que tienen, y que, para tener un sueldo que lo ayude a sustentarse, acumula muchos cursos. Esto se transforma en una carga impresionante para el docente que, efectivamente, los ve poco y los conoce poco —más allá de quienes hace esfuerzos increíbles para revertir esta situación—. Tanto es así que se han creado figuras yuxtapuestas a los profesores para que haya alguien que conozca a los chicos. La idea del tutor tiene que ver con esto. ¿Por qué tiene que haber un tutor? Porque los profesores no tenemos tiempo para conocer a los integrantes de nuestros grupos, no tenemos tiempo remunerado para reunirnos con nuestros pares y hablar sobre los estudiantes del curso. Y esto está muy vinculado al ADN de la escuela secundaria del siglo XX.
—¿Cómo se cambia?
—Yo no creo tanto en el cambio de qué y cómo enseñamos, porque eso es una perspectiva a largo plazo. Pero hay que hacer algo rápidamente para cambiar la estructura anquilosada de la escuela secundaria. Pensemos en un diseño curricular más flexible, donde haya un cúmulo de materias obligatorias y otras optativas, de manera que los estudiantes, a medida que avanzan en su trayectoria, puedan ir eligiendo cada vez más. Por supuesto, ayudados y asesorados por el equipo de docentes, pero con eso se termina el “para qué me sirve”. El estudiante que está involucrado en la elección se hace más responsable. Hoy la Argentina les propone a los 16 años elegir presidente de la Nación, pero no elige ni una asignatura de las que va a cursar en toda su escuela secundaria.
—Bueno, están las orientaciones.
—Sí, en tercer año podés elegir una orientación, pero una vez que lo hiciste, vas preso. Vas a tener que cursar, sea lo que sea. Yo creo que hay que romper la idea del curso, hay que cursar por materia, que hay que hacer un recorrido personal. Por supuesto, aquí entra en tensión una disputa muy fuerte con los gremios docentes, que en Argentina tienen un poder enorme. Pensar en romper el grado o el año pone en riesgo los puestos de trabajo, la estabilidad laboral. Pero la verdad es que eso no pasa en ninguno de los sistemas sajones o nórdicos, donde los chicos cursan por materias. No es cierto que se pierdan puestos de trabajo. Claramente, con el tiempo las asignaturas van a ir cambiando y esto te permite cierta movilidad, cierta actualización. Puede ocurrir que surjan unas nuevas y que otras dejen de ser necesarias para el mundo en el que se desarrollan, el mundo al que se van a enfrentar los jóvenes.